Amor de ruta

 

Ella trabajaba con su cuerpo en una gasolinera de pueblo de una carretera perdida.

Camioneros solitarios, automovilistas ignotos, cualquiera paraba para satisfacer sus

instintos abonando lo pactado.

En ella ya no había amor, No lo creía hasta aquella tarde en la que, como cada segundo

viernes de cada mes, Quique detuvo su camión junto a ella.

––Mari, subite y hablemos. Se subió al camión, y él la miró raro. ––Casate conmigo.

Mari no sabía si estaba más sorprendida por la propuesta o por su cara extraña.

––Vos que fumaste? Nadie se quiere casar conmigo…yo soy una puta…

––Mari ya sé lo que sos, pero yo estoy seguro que vas a ser la mejor esposa que pueda

encontrar…

Ella miró la lejanía, lo miró a él y comenzó a llorar por todo, por el pasado, por lo que

pensó que nunca sucedería, por su ingenuidad perdida en algún lugar de la vida y por la

coraza que ese dia, con su propuesta, ese hombre quebraba.

Él le limpió las lágrimas y le dijo: ––Tenés algo que te importe en este pueblo? Mari miró

el caserío y le dijo:––No Quique, todo lo que me importa en la vida está junto a vos.

Textos: Bett G.C.

Imagen: La web

 

 

 

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La mosca

 

Silenciosa y detenida en el ventilador de techo observaba la escena. El hombre era un huracán de violencia, la mujer gritaba, las sillas caían y un vaso con vino volcó su líquido rojo presagiando la tragedia que se avecinaba.

Un ruido seco, y cuando miró con sus miles de ojos que eran uno, vio a la mujer en el piso. Sangraba.

El hombre la miró y tomando un abrigo dio un portazo.

La mosca, arrancando en un vuelo en picado se lanzó hacia la sangre dulce y fresca, sabiendo el festín que le esperaba.

La muerte así…tan cierta. Como la vida.

 

 

Textos: Bett G.C.

Fotos: La web

 

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La baldosa

 

En un rincón retirado del patio ajardinado estaba la baldosa. Un ángulo oscurecido por
las plantas la protegía de las miradas indiscretas, porque a veces, según el día cambiaba
de color.
Los habitantes de la casa atribuían esas alteraciones a un defecto de la arcilla que la
componía: nadie podía pensar siquiera que fuera responsable de las desapariciones.
Se tejieron teorías: que los gatos escapaban por los techos, que los perros eran robados
por un vecino complicado, pero la realidad era que la baldosa absorbía cualquier ser
vivo que la pisaba el día en que estaba de un color en particular.
A fines de otoño, la señora de la casa decidió podar las plantas. Puso un pie en la baldosa,
y el infinito la absorbió en una carrera sin fin, un abismo desconocido e insondable, no
había ni arriba ni abajo. La nada.
El patio otra vez vacío. Las tijeras de podar en el piso. La mujer que ya no estaba, y la
baldosa naranja brillante tenía en un ángulo, una mancha oscura, algo así como un ojo
aterrorizado que, desde quién sabe que universo, miraba.
Cualquiera tiene una baldosa así.
Te animas a buscarla?
Textos: Bett G.C.
Fotos: La web
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Distancias

La distancia es una medida humana. Al corazón en si no le importa, le importa al cuerpo. El alma puede amar, odiar, extrañar, desear toda una vida, aún cuando el otro no esté de cuerpo presente. La distancia es relativa…porque si has de sentir algo por alguien, ese sentimiento es atemporal, tan eterno como duremos nosotros, simples y frágiles mortales que vivimos lo que dura el aleteo de una mariposa infinita.

Textos: Bett G.C.

Fotos: La web

 

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La ruleta de la vida

Donde estás? Te miras al espejo y te preguntas…adonde te quedaste perdido?

En donde se trabó la carreta de la vida? No es fácil aceptarse que no sos la mejor versión

de vos mismo, que hay trenes que pasaron y ya no volverán, que los años brutales no

congelaron la juventud y dejaron que la vida avanzara sin perdonar.

Y si, hay que seguir, sin tapar espejos, sin bajar la mirada a los errores, respirando

profundo cuando duele demasiado. Vivir cuesta, y el acierto o error es la moneda de

cambio, fortuna o miseria, amor o dolor, en esa ruleta se apuesta fuerte. Te jugás la vida.

Textos: Bett G.C.
Fotos: la web

 

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