Ella trabajaba con su cuerpo en una gasolinera de pueblo de una carretera perdida.
Camioneros solitarios, automovilistas ignotos, cualquiera paraba para satisfacer sus
instintos abonando lo pactado.
En ella ya no había amor, No lo creía hasta aquella tarde en la que, como cada segundo
viernes de cada mes, Quique detuvo su camión junto a ella.
––Mari, subite y hablemos. Se subió al camión, y él la miró raro. ––Casate conmigo.
Mari no sabía si estaba más sorprendida por la propuesta o por su cara extraña.
––Vos que fumaste? Nadie se quiere casar conmigo…yo soy una puta…
––Mari ya sé lo que sos, pero yo estoy seguro que vas a ser la mejor esposa que pueda
encontrar…
Ella miró la lejanía, lo miró a él y comenzó a llorar por todo, por el pasado, por lo que
pensó que nunca sucedería, por su ingenuidad perdida en algún lugar de la vida y por la
coraza que ese dia, con su propuesta, ese hombre quebraba.
Él le limpió las lágrimas y le dijo: ––Tenés algo que te importe en este pueblo? Mari miró
el caserío y le dijo:––No Quique, todo lo que me importa en la vida está junto a vos.
Textos: Bett G.C.
Imagen: La web