Inmolación

 

Bukowski decía:» lo que importa es lo bien que camines a través del fuego».

Tú fuiste un fuego. Tus golpes cuando no te gustaba algo, tu mirada de loco que me llenaba de miedo, tus manos que parecían palomas de guerra.

Yo gracias a ti caminé sobre el fuego, dejé mis pies desollados por querer sostener lo imposible, por no querer comprender que esto no fue amor, no existió, ni siquiera sirvió como ejercicio de vida, porque tanto sufrir solo te enseña a conocer más el miedo.

Ahora te veo muerto ahí, en tu ataúd, tan tranquilo que hasta me da odio verte en paz, porque me dejaste de este lado en pedazos, soy un cadáver vivo que se inmoló en una estúpida llama de algo que alguna vez creí que era amor y en verdad, en realidad, solo fue tu locura descargada sobre mí sin piedad.

 

Textos: Bett G.C.

Imagen: Pixabay

 

 

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Ninoshka

 

Te conocí un invierno en Praga. Una bola de nieve que no era para mi me dio de lleno en la cara, y cuando iba a estallar en ira tu sonrisa me golpeó con su candor. No eras inocente pero lo parecías. No sé porque terminé amándote así, tú no hiciste nada y yo, de repente, lo di todo.

A ti no te importaban ni mis miradas, ni mis caricias, ni siquiera cuando te imploraba que nunca me dejaras…aún recuerdo tu mirada fría en la que me perdía sintiéndome un cobarde.

Hay amores extraños Ninoshka, amores que nos esperan un día cualquiera en cualquier

ciudad y que no nos abandonan nunca, amores que se pegan a la piel y no se quitan con

nada.

Eso fuiste tú. Y el tonto fui yo, tonto soñador que alguna vez pensó que tenía una

oportunidad contigo, que tuvo tanta fe en el amor que creyó en los milagros.

Ya pasaron algunos años y te recuerdo hoy que nieva. No sé porque asocio la nieve contigo.

Será que el amor me llegó un día de nieve, será que tú fuiste el amor de mi vida, será que

hoy, después de tanto tiempo, con un vaso de whisky en la mano entiendo, comprendo, que

nadie podrá reemplazarte.

Textos: Bett G.C.

Imagen: Pixabay

 

ninoshka

 

El rincón oscuro

El rincón oscuro

La casa, en el campo, era grande. Polvorienta y atestada de muebles, en algunos casos desproporcionados para los ambientes, el tiempo vivía allí sin dar signos de hacer mella en los objetos.

Clotilde tenía 14 años y por orden de su padre no podía ayudar con las labores del campo. A él no le gustaban las miradas libidinosas que le dedicaban los hombres que contrataba para las faenas; por eso había dado la orden de que ella no saliera de su casa y fuera vigilada por las criadas.

Era por eso que el entretenimiento diario de la joven fuera deambular por la casa o leer los aburridos libros que le dejaba su padre, o, mirar por las ventanas la vida de los otros.

Hasta que lo vio.

Primero sintió una presencia, siniestra y oscura, que la observaba y perseguía sin alcanzar a comprender que era lo que la provocaba. Y luego fue el impacto de descubrirlo allí, en el rincón oscuro de la sala grande, allí donde no daba nunca la luz, el ser horrible, indefinible, espantoso, que la observaba fijamente. Siempre.

Le daba terror su presencia, pero cuando quiso contárselo a la gente de la casa todos la creyeron loca, o se santiguaban y huían de la sala oscura.

De noche el ser comenzó a pararse en la puerta de su cuarto. Lo descubrió cuando, una madrugada, sintió hambre y quiso bajar a buscar galletas. Mientras lo veía en el salón se había sentido segura en el resto de la casa, pero desde esa noche descubrió que él estaba en todos lados.

El ser no hablaba pero su mirada fija la paralizaba,la ponía en un estado de terror que nadie entendía, a veces sentía que en la casa estaba sola, aislada, porque no podía compartir con nadie lo que pasaba. Su padre comenzó a observarla y decidió llevarla con el cura, Ella se confesó y le pidió que fuera a la casa para echar al ser con agua bendita y rezos. El sacerdote accedió.

Se presentó en la casa a la tarde siguiente munido del crucifijo como arma y, cuarto por cuarto, fue dando la bendición, sin ver nada raro, sin sentir nada raro. Clotilde, refugiada detrás del cura, alcanzó a ver la sonrisa despectiva del ser. El religioso se retiró, más convencido de un desvarío mental de la joven que de una presencia espectral, recomendando al padre una consulta médica.

El doctor aconsejó la internación en un sanatorio de salud mental, y Clotilde se sintió feliz ante la posibilidad de librarse del terror en el que vivía. Recuperó su ánimo el día que llegó a la casa de salud hasta que, la primera noche vio al ser en los pies de su cama.

Textos: Bett G.C.

Imagen: pixabay

 

rincon

Amores rotos

Amores rotos

La discusión había sido intensa. Ambos sacaron sus dolores, sus errores, sus tal vez y sus

quizás, y luego de las consabidas heridas provocadas por ambos bandos, un silencio

profundo invadió la casa.

Ella tomó un cigarrillo y decidió fumarlo en el balcón, buscando

amparo en las estrellas, en la noche anónima que la envolvió sin preguntas. Volvió al

cuarto. Él dormía ya.

Sin hacer ruido metió en el bolso algo de ropa, lo miró sin sentimientos, apagó la luz y fue

saliendo de esa casa que ya no sentía suya. El amor no debería dejar corazones muertos ni

almas partidas.

Textos: Bett G.C.

Imagen: Pixabay

 

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