El patrón, un tipo soberbio llegó como cada mañana al haras. Haciendo chasquear la fusta en sus botas imponía respeto a los golpes, más de un caballo había sufrido la intensidad de su locura cuando no hacían lo que él mandaba, y ningún peón había hecho comentarios porque temían ser golpeados también.
Esa mañana estaba decidido que Mande señor, uno de los últimos caballos que había comprado, fuera domado, y él quería estar presente.
Rosendo, el domador, intentó de todas las formas doblegar al córcel, pero la furia del equino lo hacía incontrolable. Los gritos del patrón desde fuera del corral enloquecían a hombres y a animales, y la tozudez de la bestia hizo que el violento estanciero se enfureciera y, de su camioneta sacara una escopeta.
El aire se heló entre los presentes cuando entró al corral y apuntándole firmemente le disparó sin compasión. El animal, con sus ojos acuosos y tristes lo miró, y tambaleante inició una carrera final y desbocada, y con el relincho de la despedida se paró en sus patas traseras frente al tirador, desarmándo su cuerpo enorme y noble sobre él.
Apenas el arma asomaba debajo del animal, el sombrero lleno de tierra y algún zapato que ridículamente había quedado alejado de la escena y dado vuelta. Todo había sucedido tan rápido que esa calma de muerte después de la tormenta era extraña y difícil de resolver.
Un perro viejo se acercó a olisquear pero ni caballo ni humano se movían. El capataz, acaso tomándose su tiempo para asegurarse de que el odioso patrón estaba muerto daba vueltas alrededor de los cuerpos, poniendo sus brazos en la cintura y estudiando como solucionar la situación.
Al rato hizo traer el tractor, y enganchando de la pata al animal lo fueron tirando hasta que el cuerpo del hombre, patrón y dictador del lugar, quedó debajo del sol como un muñeco absurdo y sin vida, cómo si un ángel maldito hubiera volado a otro cielo dejando esa cáscara vacía sin alas allí tirada.
Un caballo había llegado al cielo dejando detrás un último acto de justicia. Acaso el primero que conoció el hombre. Curiosos y extraños finales teje el destino.
Texto: Bett Gonzalez Casasola
Fotos: Alberto de Haro