Muchas veces pensamos que hay personas que deberían ser eternas. Nuestra madre o padre, hermanos o afectos a quién amamos y que deseamos siempre estén junto a nosotros. Un dia nos alcanza su partida y un espacio vacío inmenso nos alcanza, nos sofoca, nos ahogamos con lágrimas porque entendemos lo irreversible.
Y es ahí que apelamos a los recuerdos para tener de nuevo al ausente, es ahí cuando comprendemos que la eternidad era ese segundo, ese minuto donde reímos, donde brindamos o en el cual compartimos un trago amargo, juntos ante todo.
La eternidad sin tiempo es ese preciso momento que la vida nos regala para estar junto a ese otro tan importante, la eternidad está en el abrazo, en la risa o en la lágrima.
Luego solo queda el silencio.
Textos: Bett Gonzalez Casasola
Fotos: Alberto de Haro