Era por eso que el entretenimiento diario de la joven fuera deambular por la casa o leer los aburridos libros que le dejaba su padre, o, mirar por las ventanas la vida de los otros.
Hasta que lo vio.
Primero sintió una presencia, siniestra y oscura, que la observaba y perseguía sin alcanzar a comprender que era lo que la provocaba. Y luego fue el impacto de descubrirlo allí, en el rincón oscuro de la sala grande, allí donde no daba nunca la luz, el ser horrible, indefinible, espantoso, que la observaba fijamente. Siempre.
Le daba terror su presencia, pero cuando quiso contárselo a la gente de la casa todos la creyeron loca, o se santiguaban y huían de la sala oscura.
De noche el ser comenzó a pararse en la puerta de su cuarto. Lo descubrió cuando, una madrugada, sintió hambre y quiso bajar a buscar galletas. Mientras lo veía en el salón se había sentido segura en el resto de la casa, pero desde esa noche descubrió que él estaba en todos lados.
El ser no hablaba pero su mirada fija la paralizaba,la ponía en un estado de terror que nadie entendía, a veces sentía que en la casa estaba sola, aislada, porque no podía compartir con nadie lo que pasaba. Su padre comenzó a observarla y decidió llevarla con el cura, Ella se confesó y le pidió que fuera a la casa para echar al ser con agua bendita y rezos. El sacerdote accedió.
Se presentó en la casa a la tarde siguiente munido del crucifijo como arma y, cuarto por cuarto, fue dando la bendición, sin ver nada raro, sin sentir nada raro. Clotilde, refugiada detrás del cura, alcanzó a ver la sonrisa despectiva del ser. El religioso se retiró, más convencido de un desvarío mental de la joven que de una presencia espectral, recomendando al padre una consulta médica.
El doctor aconsejó la internación en un sanatorio de salud mental, y Clotilde se sintió feliz ante la posibilidad de librarse del terror en el que vivía. Recuperó su ánimo el día que llegó a la casa de salud hasta que, la primera noche vio al ser en los pies de su cama.
Textos: Bett G.C.
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